El Dolor de un Futuro Mejor

Dejar atrás el lugar que un día llamaron hogar nunca es una decisión fácil. Los recuerdos, las raíces y los afectos quedan anclados en esa tierra que, aunque les haya negado oportunidades, es la que vio nacer sus sueños. Sin embargo, el hambre, la violencia, la falta de esperanza o la simple búsqueda de un futuro digno los obliga a tomar un camino incierto, cargado de desafíos y peligros.

En esta ocasión, he podido trabajar con la modelo caribeña Marianyela Bencomo, quien ha vivido en carne propia el dolor y los sacrificios que conlleva buscar un futuro mejor al dejar su país. Su experiencia personal la convierte en la colaboradora ideal para transmitir en cada fotografia la profundidad y autenticidad, ademas de ese sentimiento de lucha y esperanza por alcanzar una vida más prometedora.

Estos viajes comienzan con una maleta ligera pero un corazón pesado. Abandonan lo conocido por lo desconocido, caminando kilómetros bajo el sol abrasador, cruzando ríos, desiertos y selvas, enfrentándose a la fatiga y al miedo. Lo hacen con la ilusión de encontrar una vida mejor, una donde puedan trabajar, educar a sus hijos y vivir en paz. Pero, cuando llegan al destino, los recibe una realidad fría y dura: fronteras cerradas, muros de concreto y alambres de espino que simbolizan el rechazo.

Esos alambres no solo cortan la carne si intentan cruzarlos; también desgarran el alma. Son un recordatorio cruel de que sus sueños no son bienvenidos, de que el lugar al que aspiraban llegar no los considera dignos de una oportunidad. Las barreras físicas se convierten en barreras emocionales, haciéndolos sentir invisibles, rechazados y abandonados a su suerte.

Los gobiernos ven números, estadísticas y problemas legales, pero detrás de cada persona hay una historia. Un padre que quiere alimentar a sus hijos, una madre que busca seguridad para su familia, un joven que sueña con estudiar y ser alguien en la vida. Pero esos sueños chocan contra una sociedad que, en lugar de tender la mano, levanta muros y barreras.

El sufrimiento no termina en la frontera. Quienes logran cruzar lo hacen con cicatrices visibles e invisibles. La separación de sus seres queridos, el constante miedo a ser deportados, la explotación laboral, el racismo y la xenofobia son pesos que cargan cada día. Y, aun así, siguen adelante, con la esperanza como única fuerza motriz.

Las barreras y los alambres de espino son la evidencia de una humanidad que ha olvidado que todos, en algún momento, fuimos migrantes. Que las fronteras son líneas dibujadas por el hombre, pero el derecho a una vida digna debería ser universal. Detrás de cada muro hay una historia de lucha, un corazón que late y una voz que pide ser escuchada.

Negar el paso a quienes huyen no detiene su dolor, lo multiplica. Y como sociedad, deberíamos recordar que el verdadero progreso no se mide por los muros que construimos, sino por los puentes que tendemos.

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